¿Y ahora qué?

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Este post es mi particular visión de una realidad que muchos conocen, pocos hablan y algunos están a punto de compartir, dedicado a los estudiantes de medicina y enfermería.

Después de resolver todo un sudoku de calificaciones y conseguir entrar en la facultad de Medicina, a los pocos días ya te das cuenta del sitio donde te has metido, una maravillosa fiesta sin salida de emergencia, de constante sacrificio y superación, donde nunca terminas de cerrar un libro. Durante la carrera haces nuevas amistades, clones de batalla. Para tus amigos de siempre eres el que pasa los viernes emborrachándose de ciencia mientras el resto salta al ritmo de la canción del momento, elevando al unísono sus vasos a tu salud.

Pasan las interminables noches con aroma a café y terminas la licenciatura, no hay tiempo de celebraciones, tu especialidad deseada te está esperando como prenda de vestir en el primer día de rebajas. Pasas el verano más blanco de tu vida, te caduca el protector solar y ese bañador hawaiano está condenado a pasar de moda. El día del MIR (EIR), nervios, risas, llantos y familiares en la sala de espera. Algunos lo conseguirán a la primera, a otros les tocará más de una vuelta. Los resultados de esa prueba te cambiaran para siempre, diferentes caminos profesionales que conducen a diferentes vidas.

El momento de la elección,  huele a hojas con especialidades y hospitales ya tachados, tú sólo esperas que te llegue el número para la tuya. Entráis en orden, rara es la ausencia. A tu lado, alguien que tal vez te quite la plaza, preguntas de cortesía y vuelves a tachar una opción. Escuchas tu número, te suena a niños de San Ildefonso, no es para menos, seguramente tienes premio. Finalmente eliges, no hay marcha atrás, tu temporada de academia ya ha terminado, misión cumplida. Lo más probable es que toque hacer la maleta, no tienes mucho tiempo. Nuevo destino, nuevos amigos.

Llega la especialidad y de residente como dice la canción «vivo más de noche que de día», guardias, sesiones, cursos, desvelan tus sueños de bata blanca y espejismos de doctor/a. Aprendes que el día tiene 24 horas, y que no hay diferencia entre lunes y domingo. Vives momentos entre Anatomía de Grey  y la serie más triste jamás conocida, ni rastro del Dr. House, es sólo ficción. Si las paredes hablaran los best seller que se escribirían.

El tiempo pasa y abres la puerta del mundo real, te das cuenta que la sanidad es un negocio, lleno de empresas disfrazadas de proyectos y colegios vestidos de amigos. Observas perplejo que las gerencias están llenas de sillones sin alma y presidentes de injustificados gastos e inapropiadas conductas. Una bolsa de medicina y enfermería con originales atajos sustentados legalmente para favorecer a familiares y «best friends». Tus compañeros, son ahora tus rivales, y una décima es algo más que un número.

Hospitales, clínicas y centros médicos privados que como en una lonja contratan al que acepte una salario más bajo, con horarios no contemplados en tu particular contrato. No buscan calidad en la atención sino cantidad en los bolsillos, empresas sin alma con cara de amigos y pegadizos esloganes.

Pasa el tiempo y ves que después de unos años todavía sigues en carrera, pasarán algunas lunas hasta que encuentres tu espacio en la sanidad pública y en tu mente revolotea cual mariposa traicionera la opción de salir al extranjero. No desistes, sabes que eres el dueño de tu futuro.

Otro destino, otra maleta.