Precariedad laboral, la enfermedad de la atención primaria

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Usa un maletín de cuero negro a la antigua usanza, como aquellos que llevaban los médicos rurales en sus visitas domiciliarias.
En su bata blanca, cuelga una chapa donde lleva con orgullo un lema Con Tinta de Médico, «revolucionando la Atención Primaria, porque otra medicina es posible».
No lleva mucho tiempo en aquella consulta de atención primaria pero ya aprendió el camino para dominarla.
Después de 3 meses desde que aterrizara en aquel centro de salud para sustituir una «gracias a dios» prolongada baja, está orgulloso con su trabajo. Es el contrato más largo que ha tenido desde que acabó la residencia.
Llegó con fuerzas e ilusión y propuso unos cambios en la forma de trabajar que ahora comienzan a darle resultados.
Actualizó su tratamiento de pacientes crónicos, ordenó los episodios de las informatizadas historias clínicas, puso unas normas para organizar su agenda y durante un tiempo empezó su consulta más temprano de lo habitual, para intentar reducir la lista de espera en su cupo.
Una vez que ha puesto su agenda al día, ve a sus pacientes programados a primera hora, luego a los que tienen cita y siempre deja entre medias algún hueco para las urgencias. Al final de la mañana por regla general acude a algún domicilio, pues aunque no surja una llamada siempre tiene algún paciente al que visitar.
No se arruga, estudió la especialidad que quería, y se alejó de los hospitales intencionadamente para acercarse de otra forma a los pacientes.
Hace unos meses leyó un post en aquel blog que ya muchos siguen, en el cual el autor criticaba que algunos compañeros de Atención Primaria habían bajado los brazos. El autor recibió felicitaciones en privado e injustificadas críticas en público, y es que algunos compañeros no comprenden que no en todos los sitios se trabaja igual, y que una misma realidad puede tener diferentes versiones.
A él le gustó el artículo, él si lo entendió. A pesar de que realiza eficaz y eficientemente su trabajo, también termina cada día extenuado buscando un motivo para mantener la ilusión en la Atención Primaria. Pero a diferencia de otros, él no puede negar que hay colegas que este sentimiento ya lo perdieron, y se han convertido en meros dispensadores de medicamentos anclados a una silla, algunos con manifiesto incluido.
Desde hace unos días vuelve a estar en paro, el compañero al que cubría ya se incorporó. Ahora sólo lo llaman eventualmente para alguna sustitución, y se tiene que buscar la vida lejos de la atención primaria.
En ocasiones, quiere tirar el fonendo y bajar los brazos. Le da pena ver aquel video donde se cuentan las virtudes de su especialidad, parece una broma de mal gusto.
Cree que en España la Medicina de Familia sólo busca mejoras para hacer más fácil el trabajo de los profesionales que ya ocupan una plaza y tal vez deba hacer las maletas y coger un avión destino a Suecia, Reino Unido o Alemania, como ya desde hace unos años lo hacen sus compañeros de enfermería.
A veces le tienta la idea de volver a repetir el MIR y elegir otra especialidad, aunque la precariedad laboral ya está bien asentada en la mayoría de las especialidades.
De momento por las noches, todavía sigue revisando su maletín negro, le gusta asegurarse que está preparado.
Se duerme soñando, con que tal vez una mañana suene su teléfono y le ofrezcan una oportunidad para trabajar en atención primaria.
Esperemos que ese día llegue antes de que caduquen sus ilusiones.

Dedicado para aquellos médicos de familia y profesionales de enfermería que siguen dando vueltas dentro y fuera de nuestro país.

J.M. Salas – Con Tinta de Médico

La promiscuidad de las lágrimas en Urgencias

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A menudo las lágrimas visitan nuestro servicio de urgencias.
No las invitamos, simplemente aparecen.
Las he visto en personas de diferente edad, sexo, partido político y religión. En asiduos del gimnasio y en chicos malos con tatuajes en su piel.
No importa quién las trajera a la consulta. Las lágrimas son promiscuas, y rápidamente se van de la mano de cualquiera.
Son capaces de saltar de una persona a otra, y se propagan tan veloz como algunos estacionales virus.
No distinguen que seas el paciente, un familiar o un simple acompañante. Ellas no discriminan, las personas sí.
He observado como esas pequeñas gotas saladas recorrían diferentes mejillas, desde fornidos cuerpos que vienen por minúsculos dolores, hasta terminales ancianos encamados que suplicaban una tregua definitiva para su sufrimiento. Son el acompañante perfecto para cualquier tipo de dolor.
Las lágrimas tienen paciencia, saben esperar su momento. A veces unas palabras son suficientes para darles el pistoletazo de salida, como cuando tristemente pronunciamos en un domicilio un » lo siento, hicimos todo lo posible » o al confirmar aquel diagnóstico que nunca quisimos desvelar.
Sin duda alguna son familiares, los padres lloran las heridas de sus hijos y sienten cada punto de sutura en su propia piel.
Las lágrimas no tienen dueño, no son propiedad de nadie.
Los que trabajamos con personas. Los que tratamos enfermos no enfermedades. Los que asistimos accidentes y luchamos a contrareloj para conservar la vida. A menudo nos cruzamos con las lágrimas, y en la facultad de medicina nadie no enseñó como se tratan, cual debe ser nuestra profesional reacción. Por eso, a veces simplemente nos quedamos en silencio, intentamos no verlas, escondemos nuestros sentimientos o nos la llevamos para casa.
Pero no podemos huir de ellas, porque fuera de nuestra profesión también nos visitan. En ocasiones, en nuestro cotidiano día a día, sufrimos su incómoda llegada, y es capaz de destruir con un suspiro nuestro particular castillo de naipes.
Como cualquier padre divorciado, ya perdí la cuenta de las veces en las que una de estas incontrolables lágrimas me han acompañado mientras me despedía de mi pequeño hijo.
Ya dejé de contar las veces que me tocó recoger los trozos de mi corazón herido.
Pero las lágrimas además de humedecer nuestros ojos, impiden que se nos sequen nuestros corazones.
Por eso, no quiero terminar injustamente este post, sin mencionar también su parte positiva. Porque las lágrimas también nos invaden por las alegrías, la felicidad o la risa.
Un simple «te quiero» a mí ya me provocó más de una.
Somos humanos, imperfectamente perfectos.
Vivimos, amamos, lloramos y sentimos.
Y las lágrimas no duran eternamente, son pasajeras y solo nos recuerdan que todavía tenemos la suerte de estar vivos.

J.M. Salas – Con Tinta de Médico

El regreso de las historias Con Tinta de Médico

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Y un día las páginas del blog se quedaron en blanco.
Algunos creían que la tinta se secó.
Imaginaron que las historias se esfumaron.
Que la creatividad cambió de domicilio.
Pero desconocían, que simplemente era una necesaria pausa, aquella que los blogger usamos para recargar de ilusión nuestra pluma.

Un espacio para desconectar del modo online, y vivir intensamente la vida.
Porque en determinados momentos, las letras olvidan susurrarnos cuentos de medicina, y las críticas se vuelven injustamente descafeinadas para lo que en un momento fuimos.

Este tiempo era necesario. ¡Bendita y recomendable escapada de la rutina!.

Your family doctor es un blog original y diferente, hecho para profesionales, amigos y pacientes. Se habla sencillamente de cosas que nos suceden en la vida, a través de los ojos de un médico de urgencias adicto a la noche.

Ya queda poco tiempo para el verano, los objetivos que planificamos para este 2015 se van cumpliendo, así que es el momento de publicar algunas letras para los que siguen mis historias.

Brindo por vosotros, y este domingo verá la luz un nuevo post Con Tinta de Médico.

La espera era necesaria.

J.M. Salas