Olvidé mis pastillas

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Luces blancas en el pasillo, una aparente calma gobierna nuestra noche de urgencias en Archena. Un frenazo en la puerta rompe la armonia. Celador que se asusta y da la voz de alarma. Gritos pidiendo ayuda y una mujer aparentemente inconsciente entra en la consulta en los brazos de angustiados familiares que la traen cual paso de semana santa.
Aterriza en la camilla, a simple vista observo su buen color de piel, un tono muscular apropiado, respira y tiene pulso. Ya imagino el diagnóstico.
La exploro, tomamos constantes y no parece reaccionar ante nuestros movimientos. Pido que salga la familia, que la paciente está estable y enseguida les informo.
El silencio se adueña otra vez del servicio, el sonido de sus latidos en el monitor me relajan. Me acerco, le hablo porque sé que me escucha, anamnesis dirigida y busco esa palabra que se disfrace de maza y rompa ese catatónico muro. Como siempre la encuentro, una lágrima me confirma que lo he conseguido. El llanto se apodera del silencio y el corazón se hace dueño de la palabra desahogo. Esta noche no precisará de benzodiacepinas, solo necesitaba un llanto.
Salgo, hablo con una intranquila familia, y les comento mi impresión diagnóstica. Hoy dormirá en casa, las lágrimas ya las dejó en la consulta.
La escoltamos hasta la puerta, mira al celador y le regala una disculpa «lo siento, olvidé mis pastillas».

Luego se despide con un adiós, aunque yo sé que simplemente será, un hasta luego.

{Continuará en el libro Con Tinta de Médico, reflexiones de un médico de urgencias adicto a la noche}

 

Visitando a la abuela que olvidó su nombre

abuela

Visitando a una paciente en su domicilio azotada por una senil enfermedad.
Una mujer que olvidó el porqué de los botones de las camisas, del nombre de sus nietos y del sabor de su comida favorita.
Atrás quedaron sus más de treinta años trabajando entre fogones para ahora no recordar como se fríe un huevo.
Una piel arrugada y seca revisten unos osteoporóticos huesos sentados a un sillón. Mirada profunda de unos infinitos ojos negros me penetran sin gesticulación alguna.
Sus hijas la acompañan a diario a pesar de que ella no recuerda haberlas criado.
Somnolientos días que se disfrazan de noche, y agitadas noches que anhelan ser días.
Familiares agotados y un cuerpo empeñado en ir a menos. Ultimamente su boca se niega a recibir alimentos.
Su casa está llena de recuerdos acariciados por el polvo de las estanterías. La foto de su boda preside el salón. Su marido la dejó hace ya algunas lunas, pero ella y su romántica amnesia siguen gritando su nombre en la madrugada.
Estos últimos días fue enmudeciendo su boca y lentamente anclando su cuerpo a una cama.
Un sedentarismo que la hacen vulnerable y una vida con fecha de caducidad que se aproxima.
Intento resolver los interrogantes de la familia, aparco un rato la ciencia y hablo solo como un ser humano.
Me muerdo la lengua y encarcelo mi lado más villano, ese que me repite lo que yo haría si fuera un familiar mío en sus últimos días.
Suena el móvil, nos avisan porque otro paciente entrado en años precisa nuestra ayuda.
Me despido esta vez sin intentar sacar una sonrisa como suele ser mi norma.
La paciente me vuelve a clavar su mirada y yo simplemente a cuestionarme la vida.

{continuará en el libro Con Tinta de Médico, reflexiones de un médico de urgencias adicto a la noche}

Keep Calm and Leave Spain

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Tomen asiento. Abróchense los cinturones. Profesionales sanitarios en sus puestos. Rumbo a «cualquier futuro es bueno si puedo trabajar«.
Atrás se queda la familia, amigos, casa, sabores favoritos, recuerdos, un idioma y sueños por cumplir.
Mientras el gobierno mira hacia otro lado y las Universidades continúan fabricando profesionales de enfermería y medicina para exportación, el futuro de la sanidad española se esfuma en un vuelo low cost bajo el lema «Keep Calm and Leave Spain» .

España sigue en la UCI, sobrevive a los recortes con un pulso débil. Con una sonda nasogástrica por el norte y una vesical por el sur, con una vía periférica a punto de extravasarse y conectada a una fuente de oxigeno 24 horas para poder respirar. La salud junto con todos sus profesionales se ve deteriorada y ya no admite más errores.

Desde las facultades ya nos enseñan a dedicar el mismo tiempo de estudio a la asignatura de anatomía que al inglés, pues seguramente esta última sea la materia más importante de la carrera en la actualidad, la que te abra una puerta a un mercado laboral a veces difícil de pronunciar.

Comparto prácticas en Urgencias con estudiantes de enfermería y técnicos en emergencias sanitarias que están a punto de salir, y lamentablemente no tendrán cabida en este sistema, por lo menos hasta dentro de muchas lunas y ya veremos en que condiciones.
Conozco compañeros médicos con distintas especialidades que no encuentran trabajo y optan por marcharse al extranjero o repetir nuevamente el examen MIR para conseguir un contrato que les de estabilidad laboral por 4 o 5 años otra vez como residentes.
Una tasa de paro insostenible junto con una política de recortes a todo nivel, empujan diariamente a muchos profesionales a abandonar el país.

La crisis vende maletas en el Corte Inglés con jamón serrano envasado para el camino.

Y salir no es fácil, lo sé por mi historia vital. Aunque estés ilusionado y vivas nuevas experiencias, también tendrás esos días malos, de noches tristes y almohadas mojadas, con irresistibles ganas de dejarlo todo y regresar a casa, de tocar a los tuyos y pronunciar palabras que nunca debiste archivar en el olvido. Si logras aguantar estos naturales impulsos, en un futuro cuando regreses te darás cuenta que el tiempo pasó y seguramente a ti te cambió. Ampliaste tu zona de confort y ya tus recuerdos no serán como tu presente.
Todo cambio cuesta y adaptarse rápidamente en estos tiempos no es sólo una necesidad sino una obligación.

Espero que los profesionales sanitarios que decidan irse, encuentren su sitio dondequiera que sea, porque os aseguro que hay vida más allá de tu barrio o ciudad. Y si algún día deciden regresar, deseo que el gobierno formule alguna política que favorezca el retorno de estos profesionales formados en España y que tendrán una experiencia en el extranjero que seguro enriquecerá y mejorará nuestro sistema sanitario, porque una crisis es siempre una oportunidad y también hay que saber aprovecharlas.

Buena suerte y «Keep Calm and Be Happy«.

{Con Tinta de Médico, JM Salas}

 

Una mirada a las Urgencias

ojos

Sin duda alguna lo cambio todo por una mirada, y en Urgencias no iba a ser menos.

Los que trabajamos en Emergencias estamos acostumbrados a algoritmos para la toma de decisiones, protocolos, “ABCs” y ser controlados por un incansable tic tac del reloj donde cada segundo es importante.

En este mundo sanitario de hipotérmicos corazones y taquicárdicas jornadas, un buen médico debe aprender el valor de una mirada para poder comprender así la importancia de un silencio.

En el Hospital nos apoyamos de distintos instrumentos para establecer un diagnóstico, electrocardiogramas, radiografías, analíticas pero a pesar de los avances de la ciencia, sigo siendo un romántico y no concibo un diagnóstico sin mirar unos ojos, ni pautar un tratamiento sin sentir previamente el tacto de una piel.

Los profesionales de la salud tenemos que ser observadores, curiosos, auténticos niños, y más aún en las urgencias extrahospitalarias donde el domicilio del paciente nos regala una información exclusiva, difícil de obtener desde la consulta de un hospital, claro está, a excepción del prestigioso dr. House y su particular equipo médico de «asalta casas».

La capacidad para leer una mirada es una virtud necesaria, porque estas nos cuentan historias que ya quisieran algunos libros tener tatuadas en su interior.

En este trabajo como en la vida, lo que importan no son las respuestas sino las preguntas. Y la reacción del cuerpo a algunos interrogantes hacen innecesario su contestación.

No creo que los ojos sean el espejo del alma sino una ventana, que se abre al pronunciar mágicas y apropiadas palabras, permitiéndonos ver lo que habitualmente no se muestra, lo que guardamos para nosotros, eso que en ocasiones nos perturba, nos quema y deseamos compartir pero consciente o inconscientemente lo secuestramos.

Muchos pacientes acuden a consultar lo que no les atormenta, sus palabras nos cuentan una historia y su cuerpo otra diferente.
Algunos vienen con un acompañante que tal vez sea más paciente que él y en ocasiones se convierte en el verdadero motivo de consulta.

Podría escribir un libro con lo que me dicen algunas miradas, pero el secreto profesional y mi selectiva amnesia por ahora me lo impiden.

Pero sin duda alguna, puedo afirmar que soy consciente del valor de una mirada en Urgencias, ¿y tú?

{continuará en el libro Con Tinta de Médico, reflexiones de un Médico de Urgencias adicto a la noche}